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Probablemente, la isla de Cuba sea el mayor reservorio de autos antiguos del planeta. Y no están integrando la colección privada de un millonario ni los salones de un museo, sino que van muy orondos circulando por las calles con más de cinco décadas de rodar y rodar. Se los considera verdaderos milagros de la mecánica cubana y el ingenio popular. Porque nadie puede entender que, más allá de algún achaque ocasional, gocen de un excelente estado de salud y desafíen con hidalgía al tiempo y a las leyes de la mecánica universal.
Estos “hallazgos” son los Ford, los Mercury, los Chevrolet, los Packard, los Chrysler, los Buick, los Cadillac, esos intrépidos autos mofletudos que, contra viento y marea y contra todo standard global, siguen con altiva tozudez, victoriosos e implacables por las calles cubanas, como una flotilla de sobrevivientes de mil batallas ganada para alcanzar la eternidad.
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